Desde muy pequeña he convivido con la pobreza. Nací en uno de los estados más pobres del país, lleno de cosmogonías ancestrales, y crecí en medio del levantamiento zapatista. Conocí la pobreza de la mano de mi abuela, quien los fines de semana nos hacía andar los caminos enlodados de “Guatemalita”, para llevarles el pan que le sobraba, medicamentos y ropa que mandaban del gabacho. Allí conocí las casas de cartón, la ausencia de servicios básicos, esos que una siempre da por hecho, como abrir un grifo, sentarse en un WC, o dormir en un colchón.

Esta es la pobreza que nos debe romper la burbuja del privilegio todos los días, aunque la tensión superficial de esa burbuja es cada vez más potente, casi como acero inoxidable. Lo complejo es cuando esta pobreza se traduce en la de posibilidades, esa que se aferra en la mente y espíritu de las personas, que imposibilita la ruptura de moldes impuestos. Esa pobreza no sólo se halla en los barrios, en la periferia, sino, también, en los estratos altos de la escala económica de este país. Me resulta impresionante contemplar los mismos patrones de búsqueda de nuestra misión, ahora como hace 20 años. Por ejemplo, en la prepa, una profesora preguntó a un compañero a qué se iba a dedicar. Él, suntuoso y guapo como era, respondió con todo desdén: obvio Miss, yo voy a ser magnate. Efectivamente, es magnate al día de hoy, porque es parte de un linaje de empresarios chiapanecos.

Mi papá tenía un dicho, “dinero atrae más dinero”, y por desgracia es una tremenda realidad en nuestro México inmensamente desigual. Los datos de enero 2024, presentados por Oxfam en su informe El monopolio de la desigualdad, apuntan a que la desigualdad es tan notoria como el hecho de que 14 personas ultra ricas poseen el 8% de la riqueza en México. Asimismo, 294,000 personas, es decir, el 0.2% de la población, acumulan el 60% de la riqueza del país. Otro dato más apabullante, el capital acumulado en los últimos 4 años de Germán Larrea y Carlos Slim, equivale a “la riqueza de la mitad de la población más pobre de América Latina y el Caribe -unas 334 millones de personas.[1] Y ¿cómo lo consiguieron? Pues 11 de las 14 personas ultra ricas en México se han beneficiado de concesiones, licencias, permisos, y privatizaciones dadas por el gobierno.

Entonces, si la aspiración social de las personas que integramos la clase media es ser uno más de los magnate ultra ricos, la justicia y equidad están muy lejos de ser una realidad en este país. Porque compañere de clase, temo decirnos que, mientras no seamos parte del clan del .2% de la población ultra rica, seguiremos siendo un engranaje más de la maquinaria que enriquece a esas 294 mil personas, no una de ellas. Ya que, ninguna de las 14 personas que posee el 8% de la riqueza de este país se levantará un día con sentido social y querrá redistribuir sus ganancias con las casi 47 millones de personas que se encuentran en situación de pobreza.

Y eso no quiere decir que dejemos de aspirar a una mejor calidad de vida, ni de cerca, sino que revisemos a qué aspiramos socialmente, cuáles son los valores que nos unen como nación, quiénes son nuestra red y cómo nos auto-gestionamos. Porque seguir aspirando a ser magnate, de la forma en que se construye actualmente el emporio en este país, es la pobreza de perspectivas. La pobreza que ha llevado a consolidar un nuevo Estado por encima de las leyes, el Estado en donde la justicia se cobra por cuenta propia, en donde no importa cómo ni de donde venga la plata, el punto es que haya y cada vez más. Por ello, en un Estado en donde las posibilidades reales de crecimiento están disponibles únicamente a las mismas 14 familias ultra ricas, la frustración de no tener oportunidades hará que el dinero fácil y violento sea la mejor brecha que tomar, y, tal vez, entrar al otro club, el de ultra ricos fuera de la ley.

México nunca ha pensado en plural, sería absurdo opinar lo contrario cuando ya vimos que sólo 2 personas mexicanas acumulan la misma riqueza que 334 millones de personas, en toda una región. Y ¿por qué el 99% de la población no pueden frenar esta dinámica, cambiarla? Desde este lado de la pantalla, se puede observar dos posibles respuestas: primero, México contemporáneo es un México de tiranías, de burgueses revolucionarios, como casi toda revolución, allí tenemos a Robespierre. El nombre del partido político ya no importa, y tampoco los contados y poderosos conglomerados de familias herederas; sino lo difícil que es cambiar de rumbo, lo complejo de superar la frustración de la negación y la soledad. Vaya, cuando hablo de revoluciones, no hablo de escopetas y carrilleras en el pecho, sino de cambios radicales en la psique colectiva.

Segundo, porque el individualismo se ha mamado desde hace muchas generaciones y hasta en la idiosincrasia de los pueblos originarios. La revolución tecnológica que estamos viviendo nos lleva a convivir mejor y más satisfactoriamente en la virtualidad, que en la realidad. Por ejemplo, la sequía que estamos viviendo, los calores, no nos preocupan tanto como deberían; los homicidios de las infancias comienzan a no ser tan perturbadores como lo son, y ante una noticia de asesinato de una persona candidata, en este periodo electoral del terror, primero llega el “¿pues en que andará metida o qué no quiso aceptar?”, antes del horror de la imposición del Narco-Estado, que no es novedad. 

Va de nuevo, México es de castas, de cubeta de cangrejos, no de pluralismos y menos de echar paro, a veces ni entre seres querides. Y no, esto no lo cambia ninguna élite con o en el poder, ni los programas sociales para “sacar de la pobreza” a las personas, ni el pensamiento mágico, ni el échaleganismo. Esto se cambia mirando desde otra perspectiva, enfocando nuestros esfuerzos de manera colectiva. Para mi, se resume en ¿qué sentido tiene la vida si lo que hago, o a lo que me dedico, no va ayudar a otras personas, o no tendrá un impacto positivo en nosotrxs como unidad? Somos una sociedad que sigue viendo al gobierno como padre y no como empleado, a los magnates (sí en masculino, porque sólo son 2 las mujeres en el top 10) como dioses del Olimpo, y no como privilegiados que no pagan impuestos, o aliados del gobierno y dueños del status quo.

Esta reflexión no busca apuntar al hippiesmo o a la romantización de la pobreza, como solución a la igualdad; sino a dejar semillas de análisis sobre qué se puede cambiar dentro de cada una de nosotras, para que el esfuerzo sea colectivo. Concluyo con 3 semillas. Una, la semilla de los derechos humanos. Debemos entender que los derechos humanos no son una subespecialidad académica o una temática de moda, o peor aún, “lo que defiende a los criminales”, sino la lucha por un mejor vivir, y en muchos casos un simple vivir, el piso común que nos define como personas en una sociedad. A partir de allí, se peleará por erradicar la carencia de seguridad, que limita el derecho a la vida, la carencia a la salud, que también limita el derecho a la vida y la dignidad, y el derecho a la alimentación, que, exacto, también limita el pleno ejercicio al derecho a la vida. Si entendemos que la falta de acceso y pleno ejercicio de los derechos humanos va a incrementar la brecha de desigualdad y con ello las filas del crimen organizado, sabremos luchar por todxs, por los derechos humanos de todas las personas, sin categorías ni privilegios.

Segunda semilla, la búsqueda de soluciones desde lo que somos y lo que tenemos. Es decir, seguirnos comparando con Estados Unidos  o Europa, nos llevará a la ilusión de la “cura blanca”, aquella que las personas colonizadoras eurocentristas han llevado a las ex colonias para seguirlas haciendo más “civilizadas”. Imponiendo la fórmula que “solucionó o transformó el conflicto” en X país en otra nación; sin tomar en cuenta el contexto y sus dinámicas. En otras palabras, las buenas prácticas deben ser ejemplo, no dirección, y el análisis genuino y enfocado deviene del trabajo en campo, grassroot como le llaman los gringos. Yendo a las comunidades, hablando con las víctimas y victimarios, analizando sus respuestas y cruzando todas las variables, para encontrar soluciones desde allí y sirvan allí. Es esencial priorizar las problemáticas más complejas y con mayor impacto en la vida de las personas, atajar lo importante, para después ir destrabando los demás problemas sociales. Como decían las abuelitas, el que mucho abarca poco aprieta, o mi ex jefe colombiano: Alejita, paciencia, ¿cómo se come un elefante? A mordisquitos.

Última semilla, la unión hace la fuerza. El México racista, clasista y discriminatorio es el fermento principal de la riqueza del .2% de la población, o en palabras claras, mientras más nos tiremos entre nosotres les prietes, y no me refiero al color de piel sino a la actitud, más crece la tensión superficial de las burbujas de privilegio. Esta semilla es la más compleja, porque es cambiar siglos de cultura de castas. Pareciera que no sabemos como ayudarnos, pero es una gran mentira, porque muestras de amor se pueden ver a diario; como la juventud que le carga las bolsas del mandado a la doña, como el trabajo de organizaciones como Morras help morras, Inserta, o SERAPAZ, o la vecina que tira paro yendo por las criaturas a la escuela y cuidándolas. Cierro pues, diciendo que somos más que la marcada y dolorosa desigualdad económica, social y de posibilidades, que la respuesta no está en seguir el mismo patrón impuesto por el sistema, sino en romperlo y co-crear los moldes que nos identifiquen como sociedad, como personas; y saber siempre que ni en lo social existe el príncipe azul, lo que nos va a salvar es el trabajo colectivo, la empatía, el poner el hombro, que ayude a emparejar el campo de derechos y responsabilidades para todas las personas. La pobreza de posibilidades la superamos creando nuestros propios caminos.

[1] Oxfam México (2024), El monopolio de la desigualdad en: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.oxfammexico.org/wp-content/uploads/2024/01/El-monopolio-de-la-desigualdad-Davos-2024-Briefing-Paper.pdf